20101002

CAPÍTULO 9    RELATOS Y ANÉCDOTAS DE TOTO GERLING     

Una semana en San Rafael
                                                                   Por Héctor Toto Gerling
                                                                                                                  08-11-11

Eran las 19:50 horas de un día 4 de febrero del año 1.969 que Roberto GIORMENTI y yo ascendíamos a un ómnibus de larga distancia de la Empresa Transportes Automotores Cuyo (TAC) que desde su terminal de Constitución, en la Capital Federal, que a los pocos minutos partiría rumbo a San Rafael en la provincia de Mendoza.
Qué estábamos haciendo  Roberto y yo a bordo de ese ómnibus?.
Sucedía que Carlos Ángel BUEDO paracaidista y socio del CAP nos había invitado a pasar unos días para llevar a cabo actividad de lanzamiento de altura con un hermoso Cessna 182 del Aero Club San Rafael y de paso aprovechar para conocer la ciudad de San Rafael y sus alrededores.
  
Notas de coordinación de Carlos BUEDO desde San Rafael  dirigida
 al autor de esta narración programando el viaje.
  
Con esa expectativa, cargamos nuestros equipos personales, los paracaídas y también el de Carlos que no viajaría con nosotros tal como lo habíamos planificado de antemano, quien debido a un repentino inconveniente familiar, se vió urgido a trasladarse hacia esa ciudad anticipadamente, motivo por el cual nos estaría esperando en la terminal de ómnibus de dicha localidad.
El viaje, por ser de noche, lo superamos rápidamente debido a que dormimos desde su inicio  hasta casi la finalización del mismo.
Llegamos a la bonita ciudad de San Rafael a primeras horas de la mañana del otro día y nos alojamos en el recientemente inaugurado “Hotel Los Álamos”, ubicado en la calle Comandante Salas 51, el cual era muy confortable.    
Luego de descansar del viaje, ya por la tarde del mismo día, acondicionamos y preparamos los equipos de paracaídas para, en cualquier momento, iniciar la actividad de saltos.
Esa misma tarde, conjuntamente con el piloto Ricardo KOSARINSKI (PPA N° 17.997), quien solemnemente manifestó estar dispuesto a soportar el calor y el frío las veces que sean necesario, programamos los saltos que idealmente haríamos. Por supuesto, todos ellos a la mayor altura posible e intentando llevar a cabo programas con objetivos concretos durante la caída libre lo que normalmente no se podían practicar en nuestra zona de saltos debido a la escasa  posibilidad de lograr altura suficiente.
Una de las cuestiones abordadas en esta “charla de coordinación” se refería a los posibles efectos que la hipoxia podría ejercer sobre nuestro razonamiento en especial al momento de la toma de decisiones esenciales como es el de la apertura del paracaídas. Era escaso o nulo el conocimiento que teníamos de la hipoxia y su influencia en nuestro organismo, pero dentro de nuestras limitaciones abordamos el tema.
Deberíamos ser cuidadosos en la planificación de la altura de nuestros saltos puesto que el Aeródromo de San Rafael está ubicado a 720 metros sobre el nivel del mar y nuestro oxígeno respirable no era el correspondiente a la marcación de las agujas de los altímetros que cada uno  portábamos. De ello nos daríamos cuenta muy pronto.
Para esa época, la altura de apertura de seguridad del paracaídas era de 600 metros sobre el terreno del lugar donde se salta, altura ésta que nos comprometimos a respetar a ultranza.
De los tres paracaidistas, Carlos era el que tenía menor experiencia en cantidad de lanzamientos. Su récord estaba en el orden de los 80/90 saltos y su posición de estabilidad en la caída libre no la tenía del todo consolidada y los primeros saltos tenían como objetivo lograr subsanar esta falencia. Iniciamos la serie de saltos tratando de solucionar este inconveniente. Habíamos venido para aprovechar la posibilidad de utilizar la “altura” y la altura es la seguridad de disponer de tiempo suficiente para analizar y erradicar vicios de la caída libre, propios de paracaidistas que no tienen la posibilidad de realizar con frecuencia saltos con caídas libres prolongadas.  
Es así que el 06-02-’69 en el primer vuelo ascendimos a 3.850 metros de altura, intentando un “pase del bastón” con BUEDO. Si bien el “pase” no se concretó, sí pude observar durante bastante tiempo su posición en la caída libre y las maniobras que realizaba para colocarse de frente y en posición para favorecer el pase del testimonio. Sin duda, éste habrá sido un buen salto para Carlos, que no solo lo estimuló, sino que le permitió darse cuenta de cuáles eran los faltantes que debería incorporar en su caída libre.
Si bien el Club Argentino de Paracaidismo (CAP) ya contaba con algunos Para-Commander, para esta ocasión se nos autorizó retirar paracaídas de 28 piés de diámetro de Nylon con modificación maniobrable TU en razón que los socios que irían a saltar al club tenían prioridad para usar este modelo de paracaídas.
En mi caso utilicé un paracaídas marca Switlik, el N° 11.331 y reserva de 24 piés de diámetro marca Pioneer N° 504057. Los tres teníamos un tablero de instrumental con altímetro/cronómetro adosado al paracaídas de reserva, como asimismo, presionado por los “sandows” un cuchillo para cortar cuerdas. Además los paracaídas tenían el sistema de “Desprendimiento Rápido de Punto y ½”. Abridores automático de paracaídas, por aquella época eran una utopía y por supuesto no lo contábamos en nuestro equipamiento. La apertura era por control de tiempo (cronómetro) y altura (altímetro), pero en definitiva era a “ojo”.
Al otro día, el 07-02-‘69, hicimos dos (2) saltos comandados. El primero, por la mañana fue desde 4.200 metros. Apuntó Roberto y me tocó ir segundo en el avión. En esa oportunidad Roberto y yo llevamos a cabo un “pase de bastón” exitoso y mi tiempo de caída libre fue de 68”.
Nuestras aperturas estuvieron dentro de los márgenes de seguridad establecidos. Los tres abrimos normalmente sobre los 600 metros de altura. Lo bueno es que con Roberto logramos concretar el “pase de bastón” con cierta facilidad, pues a pesar que disponíamos de cierta técnica  para acercarnos en caída libre, no siempre se lograba concretar cumplir con lo planificado.
Resultó interesante observar a Carlos que durante nuestras maniobras estuvo siempre cerca de nosotros. Esto era demostrativo que a sus distintas posiciones durante su caída libre las estaba controlando eficazmente, lo cual era muy bueno, pues ése, junto con nuestra propio deseo de saltar de “altura” era uno de los objetivos de nuestra estadía en ese lugar.
Por la tarde hicimos otro salto desde 2.650 metros. En mi libro de Saltos tengo anotado haber realizado 7 Looping Atrás (7LA).
 Con los saltos que habíamos realizado y los resultados obtenidos, fundamentalmente el avance de Carlos en el dominio de su caída libre, nos decidió, para el día siguiente 08-02-’69, intentar un salto “hasta lo que dé el avión”, que al decir del piloto andaría por los 5.500 metros de altura sobre el aeródromo de San Rafael.
Era media mañana de un día soleado y ya en el aeroclub nos, tanto nosotros como el Ricardo, el piloto, nos abrigamos con lo que teníamos a mano. Los tres teníamos experiencia del frío de  San Rafael.
Previo al embarque identificamos y establecimos la referencia del lugar sobre el terreno para el abandono de máquina, la posición dentro de la aeronave, lo que íbamos hacer durante la caída libre, la altura de apertura, la zona de aterrizaje y algunas cosas más.  En ese salto a mí me tocó apuntar el avión, en tanto que Roberto, gentilmente le cedió la segunda posición de abandono de máquina a Carlos BUEDO quien accedió gustoso, ubicándose cómodamente y protegiéndose para el seguro frío lo mejor que pudo.
En esta clase de vuelo que se realiza sin puerta, es la persona ubicada en el segundo lugar la que está expuesta al fuerte viento producto de la velocidad del avión y el “chorro de la hélice” lo cual se  agrava por la temperatura reinante, más baja cuanto mayor es la altura lograda y más dañina cuanto mayor es el tiempo de exposición.
Al inicio del vuelo, todo bien. Durante el carreteo para tomar la pista charlábamos y bromeábamos; durante el despegue, no se habla para nada y ya en franco ascenso para lanzamiento cada uno de nosotros termina de acomodarse lo mejor que puede para soportar las distintas temperaturas según el lugar que le tocó en el avión.
Yo, por ser el “apuntador” estaba sentado en el piso del C182 en el lugar del asiento delantero que había sido extraído.  En esta posición no tenía el efecto del viento que se colaba por el hueco de la puerta sin puerta, además con el beneficio que tenía una salida de aire caliente de la calefacción.
El tercer lugar, correspondiente al último en “salir” tenía la ventaja que no estaba expuesto al viento y su temperatura.
Dada la altura deseada, el piloto decidió al principio del ascenso, llevarlo a cabo en círculos sobre el aeródromo local, para luego ya iniciar la corrida final alejarse de manera llegar al área de lanzamiento con la altura prevista.
Si cuando estábamos cerca de los 4.000 metros de altura, el frío se hacía notar fuertemente, no me quiero imaginar lo que sería cuando estábamos cerca de los 5.000 metros de altura y el aero club aún no aparecía el horizonte. Por delante se veía la majestuosa Cordillera de los Andes y por detrás no sé lo que había porque hacía tanto frió que nadie se movía para nada dentro de la cabina.
En estas condiciones de temperatura y la eventual hipoxia que seguramente estábamos padeciendo, los minutos finales fueron como horas espantosas. Nunca había pasado tanto frió y qué sabiduría y clarividencia tuvo Roberto cuando decidió saltar tercero!!.
Por fin llegamos con 5.200 metros de altura sobre el aeródromo local, respirando aire empobrecido, en el mejor de los casos de aproximadamente 5.920 metros de altitud. 
En mi caso, yo no tenía experiencia ni conocimiento en eso de los efectos de la hipoxia. Durante este salto, unos más, otros menos, incluido Ricardo, el piloto, estuvimos afectados por ella.
En esta oportunidad, particularmente sentí la frente y el cuello caliente, me han dolido levemente los omóplatos y me sentí eufórico. De allí la baja apertura o por lo menos una apertura fuera de programación.
Lo que en el hotel habíamos consensuado, y reafirmado poco tiempo antes en el aeródromo, relacionado fundamentalmente con la altura de apertura, (que en ningún caso debería ser por debajo de 600 metros del suelo) en mi caso no funcionó.
Por el solo hecho de tener los hangares del aero club a la vista, a pesar de haber leído en mi altímetro la altura por la que estaba transitando, decidí “abrir un poco más bajo”, 300 metros sobre la pista. Roberto también abrió bajo, salvo que en él era habitual hacerlo. En esta oportunidad, el único respetuoso de las normas de seguridad fue Carlos BUEDO que observó la apertura de nuestros paracaídas desde, un poco más de 600 metros de altura.  Esta, nuestra apertura por debajo de lo normal, fue posteriormente motivo de análisis y comentarios de diversa índole, especialmente de parte de nuestro novel paracaidista quien nos recordó que no habíamos respetado lo planificado previamente. Seguramente la responsable y consecuentemente culpable habrá sido la “hipoxia” que nos afectó la capacidad de decisión.
Su presencia no es deseable por la comunidad aeronáutica, pero que está, está; es como la filosofía de un paisano con respecto a una  hélice en pleno funcionamiento; “no está, pero está”.
Sin embargo, tres años después el 12 de noviembre del año 1.972, en el salto de “Gran Altura” realizado en General Pico, sería él (Carlos) quien más abajo abriera su Para-Commander (PC); aunque como ahora, en esa oportunidad también lo hiciera dentro de las normas internacionales de seguridad. Todo un ejemplo a seguir!!
Para abrir a esta altura el salto me requirió 92” de caída libre.
Finalizamos ese día aeronáutico con un nuevo salto desde 2.600 metros con una caída libre de 45”, que al igual que el salto anterior tengo registrado en OBSERVACIONES de mi Libro de Lanzamientos como “Fotografía aérea”. Seguramente Roberto andaría con alguna máquina fotográfica captando alguna imagen aérea y a lo mejor fuéramos Carlos y yo. – Francamente no recuerdo posteriormente haber visto alguna fotografía aérea de esos dos saltos.
Luego de esta gélida experiencia, llevamos a cabo 6 saltos más entre los días  9 y 10 de febrero desde alturas que oscilaban entre 2.800 y 3.100 metros de altura, en los cuales entre los tres practicamos el “pase de bastón”, algunas veces con éxito y otras veces fallando en el intento.
En actividades ajenas al deporte del paracaidismo, paseamos visitamos el dique El Nihuil ubicado en una zona muy llana y extensa, distante a unos 70 Km. de San Rafael cuya característica es que constantemente sopla mucho viento.

                                     Toto Gerling observando el imponente paisaje de las montañas que rodean el
                              lago del dique Valle Grande junto al  vehículo  utilizado para el  desplazamiento
en San Rafael.
    
También estuvimos en el dique del Valle Grande, ubicado a un poco más de 20 Km. de la ciudad, que si bien es un embalse bastante más chico que El Nihuil, está rodeado de paredes naturales de montaña, cuyas laderas en algunas partes caen a pico y de las que para bañarse se puede, desde ellas, saltar directamente al agua, tal  como lo hicimos nosotros del lugar donde fuimos.
Esta experiencia ha sido de gran valor y muy apreciada, no solamente por lo ocurrido en el plano aeronáutico deportivo, sino por los gratos momentos vividos durante el tiempo que pasamos juntos en aquella localidad, en un ambiente de alegría y compañerismo, que sin duda alguna afianzó la genuina y franca amistad que aún, desde aquellos tiempos, se mantiene intacta entre nosotros.-

                                                                                                                                Héctor Toto Gerling
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NADAR CERCA DE UNA BALLENA
                     Por Héctor Toto Gerling
                                15-6-11

         La década del 60, fue una época de constante innovación y desarrollo de técnicas operativas, también de la incorporación de instrumentos de seguridad, como asimismo de la aparición de nuevo material de lanzamiento.  
Uno de los motivos de que este desarrollo técnico se diera en los clubes linderos a la Capital Federal, fue la disponibilidad regular de aviones aptos para el lanzamiento con capacidad de transportar más de un paracaidista a alturas que permitan disponer de algunas decenas de segundos de caída libre para trabajar; pero el factor fundamental de esta expansión fue el aporte de paracaidistas de otros países que nos transmitieron sus conocimientos y experiencias. Normalmente llegaban más paracaidistas extranjeros a los clubes de paracaidismo cercanos al Aeropuerto Internacional Ezeiza que a los aeródromos de las ciudades de las provincias del interior del país, motivo por el cual a muchos clubes del interior no les resultaba fácil estar rápidamente al tanto de estas novedades.  
Si bien estas prácticas comenzaban a extenderse por los principales clubes y brigadas, fue en Buenos Aires donde comenzó a experimentarse este fenómeno. No quiero decir con esto que hayan sido los clubes de esta parte del país los primeros, ni los únicos que intentaban desarrollar experiencias de este tipo; refiero que en el aeródromo La Matanza y paracaidistas del Club Argentino de Paracaidismo (CAP) fueron en aquella época propulsores de esta actividad y que con más intensidad la practicaron y mejores resultados inmediatos obtuvieron, en comparación con paracaidistas de otras instituciones.
 Por este “prestigio”, y amistad de por medio, fue que Juan Carlos WELSCHEN, joven promesa del Club Escuela de Paracaidismo Santa Fé (CEPSF), decidió introducirse en el aprendizaje de estas nuevas técnicas durante la caída libre.  En aquella época se intentaba realizar el llamado “pase del bastón” o el  “acople aéreo”, normalmente llevado a cabo entre dos personas, debido principalmente porque no se conseguían aviones de mayor capacidad. También es cierto que se intentaban otras formaciones múltiples cuando se obtenía una aeronave de mayor cantidad de plazas, pero generalmente, en aquellos tiempos,  operábamos con los avioncitos de tres plazas del aeroclub local.
de izq. a der.: ROBERTO GIORMENTI , JUAN CARLOS WELSCHEN Y DANIEL ROJO
POSANDO JUNTO A UN CESSNA 172 DURANTE EL DESARROLLO DEL
4º CAMPEONATO ARGENTINO DE PARACAIDISMO REALIZADO EN EL
AERÓDROMO LA MATANZA, EN ESPERA PARA EL EMBARQUE.
NÓTESE LAS TOBILLERAS DE CUERO QUE SE EMPLEABAN PARA LA ÉPOCA.
AÑO 1967
    
Para poder hacer la mayor cantidad de saltos posibles bajo supervisión, JC se estableció unos días en mi casa, que por suerte quedaba a unas pocas cuadras del aeródromo de La Matanza.
Fue así que luego de elaborar el plan de trabajo a llevar a cabo, establecer el objetivo final deseado,  analizar y aceptar las técnicas que aplicaríamos para lograr el cumplimiento de lo planificado, plegar los paracaídas, coordinar con el piloto lanzador, etc, etc., llegó el momento de saltar. 
La actividad de lanzamiento la llevamos a cabo desde el 26 al 28 de marzo de 1970 en días de semana y en horas de la tarde de manera de contar con la aeronave a requerimiento. Utilizamos las instalaciones del Club Argentino de Paracaidismo que poseía en ese aeródromo y el avión era un “Ranquel 150” (IA-46) LV-IIR, triplaza de150 HP de potencia de propiedad del Centro Universitario de Aviación (CUA). 
Para este operativo, durante todos los días, nuestro piloto lanzador fue Ángel GALLINAR (Angelito).
Recuerdo que por esos días Angelito tenía un raspón muy feo en el hombro y parte del brazo debido a que enrollando la cuerda para el encendido del motor de un deslizador que Emilio FUENTES, otro de nuestros pilotos amigo, había llevado al CUA para navegar por el Río Matanzas, fue sorprendido por el repentino arranque de la hélice, la soga lo enganchó y lo lastimó bastante feo. Aparte del susto generalizado, durante toda la semana Angelito estuvo con nosotros haciéndonos de piloto y cebador de mates.
Juan Carlos y yo usamos paracaídas Pioneer Para-Commander (MK-I) y reserva de 24 piés de díámetro, también Pioneer.
El primer salto lo hicimos el día 26 –MAR-70 desde 2.100 metros de altura.
        La técnica era que JC fuera el primero en saltar (él apuntaba) y en caída libre estabilizada me esperara, de manera que yo lo más rápido posible tomara posición y comenzáramos la tarea planificada para ese salto. En esta oportunidad, el objetivo era conocer y evaluar la posición y características de caída libre de JC y de ser posible llevar a cabo un “contacto”. Nuestro retardo fue de aproximadamente 30” de caída libre y en mi Libro de Lanzamientos para ese salto comenté: “Buena posición de Welschen – S. Fé” .
El segundo salto del mismo día fue también desde 2.100 metros de altura con un retardo de 34” de caída libre. En esta oportunidad logramos un acople aéreo, lo cual estimuló notablemente a nuestro visitante. El objetivo del salto era que sería J.C. quien debía realizar la aproximación y contacto. Para estos dos primeros intentos de acople, mi tarea era posicionarme de manera que sus maniobras de aproximación no fueran complejas y pudiera lograr por su propio medio acercarse a mi sin que yo tenga que ayudarlo demasiado. En mi Libro de Lanzamientos comenté: “Acople aéreo. Buen desempeño”.
En el segundo día de actividad 27-MAR-70 saltamos dos veces.
El primer lanzamiento fue desde 2.500 metros de altura con un retardo de  45”  de caída libre. En esta oportunidad, mi tarea era colocarme un poco por debajo de JC independientemente del lugar por donde yo apareciera y esperar sin prestar ningún tipo de ayuda a que se aproxime y me contacte. Según tengo registrado en mi Libro de Lanzamientos: Se apuró. Quedó ECT”.  Es posible que no haya podido controlar su régimen de descenso y/o velocidad de traslación, que es lo que normalmente ocurre cuando uno no conoce la reacción de su cuerpo ante maniobras nunca antes practicadas.
El cuarto salto (segundo de ese día) lo hicimos desde 2.100 metros de altura con un retardo de  35” de caída libre. En esta oportunidad hicimos un buen acople. En mi Libro de Lanzamientos tengo: “Acople aéreo. Welschen. Buen desempeño”. Se ve que tomó nota del salto anterior y corrigió lo necesario para lograr un buen acople.
El quinto salto, correspondiente a la ventosa tarde del día 28-MAR-70, lo hicimos desde 2.400 metros de altura y un retardo de 38” de caída libre. La tarea para este lanzamiento, que sería el último de la serie, consistía en realizar un repaso de las maniobras de aproximación, no necesariamente hacer contacto y escape. Fue un buen trabajo.
A este vuelo de ascenso lo recuerdo por sobre otros, pues tuvo la particularidad de asustarme bastante. Supongo que también a Juan Carlos, porque pasado el susto me comenta que se sentía como “nadar cerca de una ballena”.
El despegue fue normal, y todo el vuelo se desarrolló sin ninguna particularidad hasta casi el final para lanzamiento. Veníamos de sur a norte sobre la vertical del CUA. Como de costumbre Juan Carlos estaba en el asiento de la puerta para saltar primero. De pronto, por el lateral izquierdo un poco adelante y a la misma altura de nuestro Ranquel aparece un avión de línea que seguramente habría despegado del Aeropuerto Internacional Ezeiza y tranquilamente cruza delante de nosotros.
Se trataba de un Douglas DC-8 de la empresa aérea Alitalia. Realmente era grande. Desconozco si nos vieron, pero nosotros tres sí que los vimos a ellos. Detrás de sí, dejaba una estela media marrón que salía de sus turbinas.
Cuando cruzamos la estela, parecía que el “ranquelito” se desarmaba todo. Nunca ví, ni oí crujir tanto un avión debido a esa magnitud de turbulencia extrema. Además la cabina se llenó de polvo, que vaya uno saber dónde estaba depositada para aparecer después de tal sacudida!.
Angelito estaba preocupado, con cierto temor, por el posible aviso de esta transgresión de vuelo que la tripulación del avión comercial podría dar a la autoridad de control aéreo del Aeropuerto Internacional Ezeiza y las posibles consecuencias, tanto para el aeródromo como para él mismo que era el piloto del avión involucrado.
Por suerte, salvo el susto, no pasó nada anormal. Parecería ser que no nos habían visto, o, si nos vieron, quizás el piloto y el copiloto fueran paracaidistas y entendieron la situación.
De esta manera finalizó esta experiencia de amigable instrucción.
Sin embargo, no pasará mucho tiempo desde esta experiencia para volver a encontrarnos con Juan Carlos. Esta vez fue en un festival aerodeportivo que se llevó a cabo en las antiguas instalaciones del Aeropuerto Provincial Sauce Viejo en la Ciudad de Santa Fé.
Fue allí un 10-MAY-1970 que nuevamente saltamos juntos. Esta vez, no en el marco de un proceso de enseñanza, sino más bien de exhibición.

XX CAMPEONATO ARGENTINO DE PARACAIDISMO
 TOTO GERLING y JUAN CARLOS WELSCHEN
EN EL AD ALTA GRACIA (CBA.)
AÑO 1984
   
El avión utilizado era un MH-1521 Broussard (Max-Holste) del Instituto Nacional de Aviación Civil (INAC) cuyo piloto fue el Aeronavegante Carlos HARASTI, quien nos llevó a 1.500 metros de altura. Dado el escaso tiempo que tendríamos de trabajo en caída libre (21”) decidimos intentar un “pase de bastón”, considerando que ya lo habíamos practicado un par de meses atrás en La Matanza. Sin embargo, en el momento de embarcar, carecíamos del tal “baston” (que en definitiva era un trozo de palo de escoba de entre 30 y 35 cm. de longitud), motivo por el cual, realizamos con notable éxito (si consideramos la escasa altura del lanzamiento) un “pase del banderín”. 
Mediante la comprobación de este logro, había quedado evidenciado que el esfuerzo en el aprendizaje realizado por Juan Carlos no había sido en vano. En el aire se había desplazado con gran soltura.
Para esta época el "Club Argentino" estaba en trámites para la adquisición de un avión Cessna 180 (LV-GOJ) cuatriplaza metálico que transportaba cómoda y rápidamente tres o cuatro paracaidistas por vez a la altura programada del salto. Esto nos dió la independencia de no tener que depender de aviones alquilados a instituciones o personas, con la gran ventaja que esta aeronave podía transportar el doble de paracaidistas que en aquellos aviones contratados en el aeroclub local.
          El hecho de estar abocado a la compra del avión propio, había originado importantes erogaciones al club. Por ese motivo se decidió por Comisión Directiva que el equipo de competición representativo del CAP no concurriera al 7° Campeonato Argentino de Paracaidismo llevado a cabo ese año en el Aeródromo Alto Comedero de la Ciudad de Jujuy. A pesar de la magnífica conducción de la Institución por parte de nuestro presidente Carlos BUEDO y la correcta administración de la tesorera Norma SANSONE, nuestras arcas no daban para gastos propios de la competición. 
Siguiendo con el relato, fue a principio del mes de octubre del mismo año que Juan Carlos vuelve al Club “a saltar”. Esta vez desde un C-180 y de “a cuatro”.
Angelito GALLINAR ya no era más nuestro piloto. Como tantos aeronautas ofrendó su vida por la pasión de volar y servir.
En esta oportunidad fue Miguel MISCHENKO (quien un rato antes se había bajado del tractor que estaba usando en el mantenimiento del aeródromo) que un día 04-OCT-1970 en horas de la tarde nos transportó a Renato BECCARI, Carlos A. BUEDO, Juan C. WELSCHEN y a mi Héctor GERLING hasta 3.150 metros de altura (53” caída libre) y llevar a cabo un intento de estrella  “de tres” a la cual Renato fotografió con su proverbial capacidad.
   
  
 Ya han pasado muchos años de aquello y a pesar de todo, vuelven a mi memoria, acontecimientos, situaciones y anécdotas vividas en distintos aeródromos  en esos tiempos a los que, que palabras más, palabras menos intento plasmar en este comentario.
Si hoy Juan Carlos WELSCHEN leyera estas líneas, allá en su Santa Fé natal a bordo de su aeronave ultraliviana motorizada, seguramente también los recordará y rememorará lo sucedido en aquellos lugares en otros tiempos ya idos.-    
                                                                                                                                        Héctor Toto Gerling

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           LINO MARTIN Y SU PAPILLÓN
                                                                                            Por Héctor Toto Gerling
                                                                                                                                         13-6-11
    El contenido de esta historia me lo transmitió mi amigo Carlos Alejo RUSSO, en oportunidad de una consulta que le hice referente a una fotografía en final de lanzamiento, ya próximo al aterrizaje que apareció publicada en el Blog del Club Argentino de Paracaidismo (CAP) utilizando un paracaídas francés modelo Papillón (EFA), donde no logré identificar al paracaidista que lo estaba usando.
    La consulta en cuestión radicaba en quién era ese paracaidista que estaba saltando en el Aeródromo La Matanza con un velamen de esas características.
    Este velamen tenía la particularidad de poseer los colores del velamen en diseño muy similar a los Para-Commander (Pioneer) que en aquella época poseían tanto paracaidistas como clubes en nuestro país. Los velámenes Papillón que había en la Argentina eran muy diferentes al diseño de ese modelo de velamen. La gran mayoría (salvo los del Equipo de Competición de la Armada Argentina) tenían paños multicolores y este paracaídas presentaba una combinación de paños de un solo color. Tal paracaidista era el socio del Club Argentino de Paracaidismo  Lino MARTIN.
   
 
   Lino Martin en final para el aterrizaje
   
Como resultado de esta consulta, "Russito" me cuenta una historia en la que está involucrado Lino y su Papillón.
    Sucedía que en aquella época, el CAP había comenzado a salir del AD La Matanza hacia otros aeródromos para poder llevar a cabo saltos de mayor altura, debido que por disposición de la autoridad aeronáutica dependiente del Aeropuerto Internacional de Ezeiza, y a través del Jefe de Aeródromo (Sr. PEDRETTI) se informó que en Matanza no se podía subir a más de 600 metros de altura.
    Ante estas circunstancias, en algunas oportunidades, el "Club Argentino" se desplazaba hacia el Aeródromo San Miguel del Monte, sede del Aero Club homónimo, ubicado en la Ruta Nº 41 Km. 105, en las inmediaciones de la laguna existente en esa localidad. Se dormía comodamente en la precaria barraca, o en carpas.
    Ese aeródromo tenía la ventaja de estar abandonado, o por lo menos los pilotos de la institución no volaban y estaba ubicado debajo de un espacio aéreo en el cual se podía ascender a alturas muy por encima de lo que se había establecido en La Matanza sin demasiado problema con el Aeropuerto de Ezeiza.
    Es así que un fin de semana que estaban saltando en el AD San Miguel del Monte, descubrieron que había unos veinte bochones, alimentados a gas-oil, los cuales se emplean como baliza para marcar la pista y practicar el vuelo nocturno local.
    Con estos elementos a su disposición, se les ocurrió hacer un salto de altura nocturno.
    "-Solamente había que convencer al "Comandante de la aeronave" para que nos "lleve para arriba", debido a que  no sabíamos si esa pista estaba habilitada para llevar a cabo actividad nocturna de vuelo -, relata Carlos RUSSO:
Rubén TORRES, nuestro piloto, aceptó de buena gana... eso era bueno!."
    Planificaron un lanzamiento a 3.000 metros de altura. Los intrépidos nocturnos eran: Carlos A. RUSSO, Alfredo ROSSI, Miguel GONZÁLEZ y Lino MARTIN (con su nuevo Papillón). El avión empleado era el Cessna 180 (LV-GOJ) del Club al cual embarcaron cuatro paracaidistas debido a que se le había retirado el asiento trasero y había existencia de lugar.
    Colocadas a lo largo de la pista y encendidas las balizas, llegó el momento del despegue.
    Y relata Carlos RUSSO:
 
    "- Alcanzados los 2.700 metros de altura, siendo yo el apuntador, me asomo por la puerta del avión en busca de la pista balizada para determinar el punto y el momento del abandono de máquina. La pista no estaba, no la encontraba... Por fin veo unas lucesitas alternadas paralelas que era nuestra pista y alrededor de ellas, nada... , todo lo demás era negrura espacial.
    Una vez identificada la pista, acomodo el avión para el salto. Cuando veo los puntitos luminosos de los bochones paralelos al piso del avión, considero  que era el lugar para saltar, y saltamos los cuatro.
    En la Libreta de Lanzamientos anoté que en altura había viento cruzado (excusa Nº 38). Era una manera de salvar horrores. Una vez colgado y con el velamen abierto, veía como la tenue iluminación de la pista se alejaba de mi vista... , ni noticia de los otros paracaidistas.
   
Carlos Russo subiendo al avión dispuesto a realizar un salto más.
  
    -Como medida de seguridad para esta clase de saltos, yo tenía una linterna vizcachera sujeta en la pierna derecha y ya en final de aterrizaje ví unas sombras oscuras muy grandes y giré para alejarme de ellas y evitarlas, aterrizando sin mayores problemas. Luego veo que la sombra era una alta fila de árboles eucaliptus que a último momento había logrado evitar.
    Acomodo mi Para-Commander en la funda de empaque para facilitar el transporte al aeroclub, que vaya uno a saber donde quedaba!!!. Comencé a llamar a mis compañeros y por suerte nos encontramos todos bien. Sin embargo, el Papillón de Lino MARTIN había  quedado enganchado en un árbol con ramas espinosas y no quisimos sacarlo de noche para no dañarlo.
    Cuando por fin emprendimos caminando el retorno hacia el aeroclub, se nos aparecen unas cuantas luces al frente. Eran varios vehículos que nos encandilaban y no nos dejaron ver bien qué ocurría.
    -Quédense quietos y con las manos arriba!!!, nos ordenaban varias voces provenientes de las luces. A los gritos les explicamos a esas personas, de las cuales algunas estaban armadas, que quienes habíamos invadido su propiedad éramos paracaidistas que habíamos equivocado el salto.
    Aclarada la situación, esas mismas personas que nos habían asustado tanto un momento antes, nos acercan al aeroclub en sus propios vehículos.
    Al otro día vinieron a ver nuestra actividad aérea y nos felicitaron... todavía no sé por que!!!. Al Papillón lo recuperamos a la mañana siguiente con algunas pinchaduras, algún hilo corrido pero nada serio. Lino lo siguió saltando.
    El salto fue el 25 de Mayo de 1973.-"
  
    Como ven, esto aquí relatado sucedió en el siglo pasado, hace casi cuatro décadas y hoy lo rescatamos de las tinieblas del olvido, para nostalgia de aquellos que fueron actores de este suceso y conocimiento de la muchachada de hoy que impresiona con sus logros.-
                                                                                                                                     Héctor Toto Gerling

 CONTINÚA EN CAPÍTULO  10